En el 2008, el que hoy es Gobernador de Puerto Rico utilizó como tema de campaña política “la Guagua del Cambio” llenando de muchas expectativas y esperanzas a la población. Recientemente el cantautor Juan Luis Guerra publicó la canción “La Guagua” y la oposición al gobierno actual ha utilizado un fragmento de la canción “La Guagua va en Reversa” para llevar su mensaje de desaprobación y rechazo a la gestión gubernamental.

No se asunten, no voy a hablar de política. No es el objetivo de este blog. Más bien, quiero reflexionar sobre qué hacer cuando nuestras acciones no llenan las expectativas de las personas que una vez nos dieron su aprobación.
Es parte del camino de cada líder que tanto nosotros como la gente a nuestro alrededor, se llenen de grandes expectativas de nuestras ejecutorias. Se basan en la percepción de nuestro potencial, las promesas presentadas o en la trayectoria previa de nuestro liderazgo para crear estas expectativas.
La Biblia nos presenta la historia de Moisés al momento de liberar al pueblo de Israel. Ante la desesperación, el pueblo sintió alivio al ver al líder de Dios liberarlos de la esclavitud y dirigirlos a la tierra prometida. Pero no pasó mucho tiempo cuando el pueblo comenzó a decepcionarse de su líder, incluso de Dios mismo, y deseaban regresar a la tierra de donde estuvieron cautivos 480 años.
Vienen a mi mente dos extremos que el líder puede asumir ante tal panorama:
1) El extremo arrogante es cuando, como líder, ignoras las voces de las personas a tu alrededor. Bajo esta posición corres el riesgo de no tener el oído en tierra e ignorar las señales de que vas por el camino incorrecto. Regularmente terminas cumpliendo con el plan, pero dejas mucha gente decepcionada, relaciones maltratadas y posiblemente terminas solo.
2) El extremo complaciente es cuando el líder busca únicamente satisfacer el deseo de la gente y pierde el enfoque de lo que pudieran realmente necesitar. Regularmente están en este extremo personas que tienen temor al conflicto, baja autoestima y no están claras en su plan de ejecución y propósito. Con esta actitud pueden lastimar a la organización, perder autoridad y desenfocarse de los objetivos reales.
Como líderes, es nuestro deber balancear la ejecución del plan de acción con un entendimiento del propósito, la necesidad y expectativas de la gente que dirigimos. A su vez, es necesario mantener la humildad suficiente como para reconocer nuestros errores y cambiar el curso de acción cuando fuere necesario.
¿Estás dispuesto a buscar ese balance?

No se asunten, no voy a hablar de política. No es el objetivo de este blog. Más bien, quiero reflexionar sobre qué hacer cuando nuestras acciones no llenan las expectativas de las personas que una vez nos dieron su aprobación.
Es parte del camino de cada líder que tanto nosotros como la gente a nuestro alrededor, se llenen de grandes expectativas de nuestras ejecutorias. Se basan en la percepción de nuestro potencial, las promesas presentadas o en la trayectoria previa de nuestro liderazgo para crear estas expectativas.
La Biblia nos presenta la historia de Moisés al momento de liberar al pueblo de Israel. Ante la desesperación, el pueblo sintió alivio al ver al líder de Dios liberarlos de la esclavitud y dirigirlos a la tierra prometida. Pero no pasó mucho tiempo cuando el pueblo comenzó a decepcionarse de su líder, incluso de Dios mismo, y deseaban regresar a la tierra de donde estuvieron cautivos 480 años.
Vienen a mi mente dos extremos que el líder puede asumir ante tal panorama:
1) El extremo arrogante es cuando, como líder, ignoras las voces de las personas a tu alrededor. Bajo esta posición corres el riesgo de no tener el oído en tierra e ignorar las señales de que vas por el camino incorrecto. Regularmente terminas cumpliendo con el plan, pero dejas mucha gente decepcionada, relaciones maltratadas y posiblemente terminas solo.
2) El extremo complaciente es cuando el líder busca únicamente satisfacer el deseo de la gente y pierde el enfoque de lo que pudieran realmente necesitar. Regularmente están en este extremo personas que tienen temor al conflicto, baja autoestima y no están claras en su plan de ejecución y propósito. Con esta actitud pueden lastimar a la organización, perder autoridad y desenfocarse de los objetivos reales.
Como líderes, es nuestro deber balancear la ejecución del plan de acción con un entendimiento del propósito, la necesidad y expectativas de la gente que dirigimos. A su vez, es necesario mantener la humildad suficiente como para reconocer nuestros errores y cambiar el curso de acción cuando fuere necesario.
¿Estás dispuesto a buscar ese balance?