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La indiferencia ante la excelencia

En días recientes una amiga me mencionó dos reglas de ética en un buen restaurante:
Cortesía de GettyImages
  1. nunca se debe interrumpir al mozo cuando está sirviendo la comida, y
  2. no debe haber vasos vacíos durante la cena.
Lo interesante de estas dos reglas es que muchos de nosotros sí interrumpimos al mozo, le ayudamos a colocar los platos y hasta limpiamos la mesa de ser necesario. Todo esto, tal vez, con un pensamiento de ser amable o porque nos da lástima ser servidos.

Aunque parecen detalles minúsculos, nuestras acciones no permiten que el mozo realice su trabajo de servicio con excelencia y, sin darnos cuenta, va creando cierta tolerancia al servicio mediocre. No solo nos pasa en un buen restaurante, sino en nuestra vida cotidiana. Muchas veces somos indiferentes ante la excelencia porque cierta acción se ha hecho mal por tanto tiempo que nos da lo mismo si es de excelencia o no. No exigimos excelencia en los servicios que recibimos o toleramos el trabajo mínimo que pudo haber realizado alguien porque nosotros mismos no somos capaces de actuar con excelencia.

Excelencia no es igual a perfección. Sin embargo, cuando los deseos de aprender, mejorar y aplicar no están presentes en lo que se hace, no se actúa en excelencia. Lo contrario a excelencia es conformismo y mediocridad. ¿Acaso permitirías que un médico no aplicara lo mejor de sus capacidades mientras realiza algún procedimiento quirúrgico en tu cuerpo?

La excelencia comienza contigo. Excelencia no es un evento, es un hábito. Por eso, levántate hoy con una ferra misión de dar lo mejor de ti cada día y recibirás excelencia en tu vida. No te conformes con menos.

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